Los románticos se alimentan de los estallidos de fuegos artificiales, esos que surcan el cielo, iluminando toda la cúpula, que ya de por sí, está estrellada. Ellos los románticos, escuchan, mientras se toman la copa de champán, mirando cómo estallan las burbujitas en su nariz, extasiándose de los aromas en las terrazas de un bar, la que celebra el último día del año. La artillería del ama de casa, coincide cuando se reúne el ruido de la centrifugadora con el motor de la nevera que carga otra vez, y de fondo el sonar metalizado de las rueditas que hacen mover al pequeño tren de juguete, por la pista que instaló su hijo menor, el día de Reyes. Por ahí fuera estallan las estrellas, dando lugar al retumbar galáctico de las supernovas.. El estruendo en las cuevas de estalactitas, no detiene la sinfonía que suena en los coloridos acuíferos. Y para que nos hagamos cargo de todos los ruidos explosivos, recordemos el clamor de las lavas de los volcanes, que saltan por el aire, los gases que chispean levantando cenizas a toda velocidad. También la lava que ilumina las laderas de los conos al caer, con su rugir de leones gigantescos. Luego, la gran chamuscada cuando entra la lengua incandescente en el mar. Ahí bajo tierra, despierta la artillería del creador, como anunciando desde la noche de los tiempos, que sus cañones tigres, esos que desarmaron al capitán inglés en la bahía, están dispuestos para disparar. El humo de las bombas del hombre que destruye hombres, todavía se escucha con el clamor de la muerte. Las granadas, los tanques y los rifles no son nada, comparados con la artillería del Señor. Los átomos fueron fabricados añales, antes de que un mono con gafas y barba los hiciera estallar en el horizonte. Cajal encendió una chispa ruidosa, en su mente de genio, cuando se adentró en el bosque de conexiones neuronales y reventó su cabeza con los descubrimientos de un Universo interior. Pero desde los interminables siglos de fuego ardiendo, explosiones en el hielo y muerte de dinosaurios, ha llovido mucho. Ahora los hombres pequeños de Gulliver juegan a los soldaditos. Pero en la mente de Dios, bulle la artillería pesada, la que destruirá de un plumazo el sistema solar. Así protestará el milagro de su omnipotente poder y la puesta a punto de su infinita inteligencia. Él sabrá decir adiós al niño hambriento, al hombre descendiente de Atila que siempre arrasa la hierba, se despedirá de los maltratadores de bellas doncellas, de los asesinos de ilusiones. Arrojará al vacío a los que no respetan el orden armonioso de los jardines de SU CASA (el cielo prometido fuera y dentro de la Tierra). Exterminará a los codiciosos y a los altaneros, a los envidiosos que trampean con el acoso cruel de la mediocridad. La artillería de Dios a veces es pesada y otras ligera, pero siempre justiciera y sin piedad, hacia los que pervierten a los inocentes y destruyen los nidos del ferviente amor y abortan los viajes hacia la eternidad.
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