Siempre me ha hecho gracia el hecho de que las celebridades, aun siendo oscarizados, o estando distinguidos con el premio Nobel, incluyendo también a los hombres más ricos del mundo, todos, todos, cuando se comen un tomate, no por ello el tomate es diferente. La hortaliza en cuestión es con todas sus variedades, igual a la que yo me estoy comiendo en mi casa. Igualmente en los albergues de la pobreza, sus sopas de ajo son iguales a la mía. Los alimentos naturales o elaborados, las materias primas que salen de la naturaleza, todo, todo, cuando te sientas a comer, son iguales, sofisticados o no, solo cambia la presentación. Las personas «importantes» tienen que comerse una pizza igual que yo, cuando no hay comida preparada en casa. Los cubatas son iguales aquí o en Kentucky, todos somos similares en la vulgaridad o igual de distinguidos, a la hora de satisfacer nuestras necesidades. Lo mismo se extiende al sexo, la misma escatología en el vater, es lo que hay. Igualmente todos vamos a ser incinerados, o enterrados, solo cambia la tarifa y eso es optativo. Lo único reprobable en este mundo, es que no todos puedan comer, o beber agua potable. Eso sí nos hace diferentes. Las actitudes han de cambiar y también los estereotipos. Las «celebritys» se ajan y acartonan, se someten a cirugías ridículas que les quitan la personalidad, entran igualmente en la demencia senil, se les escapa la orina o las heces, se caen los dientes a determinada edad, y solo cambia la categoría de las prótesis…Pero la senilidad, eso se nos refleja a todos y en todo. Debemos cambiar a más autenticidad, a más bondad, a más ausencia de poses. Los guapos entran en tragedia cuando se arrugan, si han centrado su existencia en la pura apariencia, a los feos y lisiados les importa menos, pues están mejor preparados hacia el rechazo social. El arte de envejecer con dignidad,es la tarea más difícil del mundo. Miserables somos todos en uno u otro aspecto. Como los egipcios, que se llevaban el oro a la tumba dentro de las pirámides, nosotros nos llevamos al funeral, dinerales en tratamientos geriátricos, en cremas, en liposucciones, en operaciones innecesarias, pero muy pocos, entregamos en el paso de la muerte, las vibraciones del amor, la generosidad y la limpieza de alma. No se compran los pases a la eternidad, como se adquieren las entradas para un concierto de divos y divas. Esos boletos se confeccionan en el interior, llevan un sacrificado desarrollo, años, décadas, y son tan frágiles que se pueden volatilizar y salirse como por arte de magia de nuestros bolsillos. Tampoco la acumulación de títulos nos garantizan que salgamos de la estupidez, de la fatuidad y del abandono de nuestras cualidades. «Morir habemos, ya lo sabemos» era la frase de los católicos antiguos, para sugestionarnos y convencernos de que esta vida era un paso, una futilidad, un sueño y un frenesí. ¡Hasta pronto! quiero tomar una baño de realidad! y no me queda mucho tiempo…
- radiogaroecadenase
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