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TERTULIAS A LA LUZ DE UNA LÁMPARA por Mª Elena Moreno.

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Todo empezó con una lámpara de pie que no fallaba nunca. Al lado, una gramola que cuando yo leía se silenciaba y mi sofá, forrado de terciopelo verde bosque, acolchado al estilo de principios de siglo, luego lo sustituyó uno colonial cuya madera tallada, hacía juego con los aparadores, espejos, mesas, sillas y mesilla. Más tarde y con gran dolor de mi corazón se marcharon por la puerta y vino un chester color siena, que le gustaba mucho a mi madre. Yo no intervenía nunca en la decoración, miraba y asentía, pero me aprovechaba de los ratos en que nadie se sentaba bajo la lámpara, para leer primero tebeos, vidas ejemplares y luego libros de ensayo de diversas materias.

Cuando comencé a trabajar, abandoné ese sitio preferido junto a la pantalla que tanto me hacía feliz.

Después en mi propio hogar, sustituí la lectura por las tertulias con los amigos que yo invitaba.

Siempre cocinaba para ellos, y así me aseguraba que volverían, pues me esmeraba para que quisieran repetir.

Es curioso como se conoce al tertuliano, más que por su cultura y su personalidad, por la educación con que se muestra en la casa de un amigo.

A todos/as los quería mucho, pues si no fuera así, no los hubiera invitado. Los había que compartían conmigo el amor por la poesía y el periodismo. Éstos, disfrutaban tanto como yo. Se sentían a sus anchas y había mucha complicidad y comunicación, otros hablaban poco y sus silencios eran muy significativos, pues estas pausas y la ausencia de conversación, unidas a sus leves sonrisas, me decían que estaban conmigo muy a gusto. Muchas veces yo invitaba a algunos que tuvieran algo en común y así la tertulia era más divertida. Ellos siempre me correspondían según sus costumbres y posibilidades. Allí, en mi casa, se fraguaban planes para irnos de excursión, trasladando los buenos ratos a la reunión en sintonía con la naturaleza. Tenía una amiga, con la cual hacíamos tertulia sobre las ruedas de una bicicleta, el deporte no nos impedía la ininterrumpida conversación y las carcajadas saludables.

Tuve varios incidentes, como el de una de mis tertulianas que se tumbó en mi sillón y me mandó llamar un médico pues ¡de golpe! se le presentaron los síntomas de la clásica gripe otoñal, ¡vaya por Dios! ¡qué susto! fiebre alta, vómitos, etc..

Otra vez, otro contertulio se empeñó en descubrir mi carácter, observando todos los detalles de mi ropero y distribución de las habitaciones, a ese no lo invité más. Otros que se mostraron en seguida, eran aquellos que lejos de atender a mis demandas de diálogo y de poder intercambiar ciertas opiniones de uno u otro tema, relativos al trabajo o el ocio, en dónde nos veíamos casi a diario, pues en lugar de compartir una complicidad donde resolviéramos, dudas, ideas o simplemente un ligero intercambio de emociones de manera distendida, fijaban su mirada diabolicamente como si su vida les fuera en ello y enajenados, soltaba un: -"¿Por qué pusiste ese caballo ahí y no más allá?" Proseguían con intranquilidad ratonil, una y otra vez, analizando objetos y sin ponerme la más mínima atención.

No faltó quién tocó en la puerta para reclamar estupideces, como por qué me gustaban los gatos o requiriéndome perder un valioso tiempo criticando a algún vecino.

Pero claro, esos no eran contertulios, yo nunca los hubiera elegido para ser amigos y ellos tampoco me hubieran elegido a mí. ¡Dios los cría y ellos se juntan! El radar de la simpatía da vueltas como un escáner, que busca cromosomas afines y humores compatibles de química a química.

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