Lamentablemente, la verdadera sabiduría se consigue con los años, todos lo dicen: "Si hubiera tenido los conocimientos que ahora tengo cuando era joven y bello..." Pero la sabiduría es mucho más, se consigue tarde, pero tiene unos signos difíciles de interpretar. Todo está configurado alrededor del silencio. El silencio suele estar en medio de la paz, en la meditación, es reflexión y sabiduría también. Pero no debe confundirse con el silencio enagenado, vacío, o como cuando se utiliza para castigar a los demás desde la manipulación, el narcisismo o la arrogancia. También el mutismo lo utilizan los estúpidos presuntuosos que consideran un "trabajo" dirigir la palabra a los que consideran inferiores a ellos mismos. Pero dejando a un lado todas estas insignificancias, el silencio anclado a la sabiduría es una negación al ruido de las frívolas fiestas, las pendencias, la oratoria fuera de sentido, los largos monólogos llenos de verborrea aberrante, las discusiones que no llevan a ninguna parte e incluso la verbosidad vanidosa.
El silencio es pobre y sencillo, no necesita de nada ni de nadie. Es adaptable a cualquier escenario y cuando se interrumpe es para agradecer, orar, o lanzar palabras de amor. La ausencia de ruidos y de palabras, cuando está llena de gracia santificante es un verdadero templo. Nuestro corazón mientras mantiene a la boca silenciada y a la mente en estado de fe y esperanza es un verdadero santuario.
La verdadera sabiduría es enigmática, no almacena datos como lo hace la cibernética. Ella, la sabiduría auténtica, viene del cielo, entiende sin que le hablen, ve sin mirar, traspasa las mentes y los corazones. Es respetuosa, feliz y alegre. Es el mejor estado al que tiene que acudir nuestra persona. LLeva la luz de la que nos tenemos que alimentar, es como dijo Jesús: Nacer de de nuevo, pero no a la carne, sino al mundo del espíritu.
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