Cuando era muy joven, quedaba paralizada y dejaba que avanzaran delante de mí los mayores. Yo admiraba sus capacidades, yo respetaba sus años, los miraba con veneración. Todavía no sabía que ellos tenían las mismas miserias que yo, aumentadas por sus años turbios y viscosos. Les aguantaba impertinencias, intromisiones e interposiciones por la fuerza y abusos de autoridad, siempre con honrosas excepciones.
Mientras tanto los de mi misma edad, prácticos, ágiles y habilidosos, se terminaban carreras, se metían en política y triunfaban de manera arribista y porque sí, sólo habían conseguido estar en el lugar oportuno para aprovechar la oportunidad.
Yo observaba impertérrita, como los hijos de los empleados de hogar de mis abuelos y los hijos de carniceros y hortelanos, entraban como jefes míos en la administración y me daban las órdenes tirándome los papeles a la cara sin la más mínima educación, y por poner un ejemplo solamente entre tantas faltas de ética, ausencia de buenas maneras y chafarmejadas bajunas, que eran tan graves, que hasta me quitaban mi capacidad de concentración, cuando tenía acceso a contemplarlos/las facilmente.
Yo seguía atónita, formándome a la vez que trabajaba y realizaba las tareas del hogar.
Ahora que he crecido, madurado y envejecido, no me encuentro tan superior como yo creía que eran los mayores. Esperé en vano, mi experiencia nadie la solicita y sin embargo no envidio a los pisacabezas, porque ellos en su estupidez, tienen más problemas que yo.
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