Ella pasaba por detrás de mí, venía de sus paseos desde el fondo de una enorme sala de clase, corpulenta, vestida de colores y la cara muy pintada, no era guapa, pero en su cara se reflejaba la personalidad, la inteligencia y la bonachonería, un poco gordita, tenía hijas estudiando en el mismo colegio donde daba la clase. Poseía la paz interior de esas mujeres a las que la vida le ha sonreído o por lo menos no le ha tratado mal. Y yo mirando soñadora hacia la enorme pizarra, bajaba la cabeza y seguía pintando el modelo de pez dorado de miles de colores en mi hoja de bloc rugoso. ¡De pronto! la sombra de su cuerpo se `proyectó en mi pupitre! -¡Mátalo!- me dijo, en ese momento comprendí que hablaba del dibujo, al cual yo intentaba darle relieves y difuminación, para destacarlo del papel, quería hacerlo real. Le pregunté- ¿a que se refiere al decir mátalo, señorita? Ella me contestó:- tienes que matar el granulado del papel hasta que no se vea-. Ahh le dije yo, ahora mismo lo mato. Me caía simpática aquella mujer, y yo llegué a mi casa cuando salí del colegio con el verbo mátalo en imperativo, resonando en mi cabeza. Ahora pienso que matar se puede referir a disimular sabores excesivos en recetas de cocina, combinar ropas para que unas intensifiquen el efecto de los colores de otras, evitar estridencias en el atuendo y en mi cara, por ejemplo, matar las ojeras, matar los poros y matar todas las imperfecciones, esta vez no será en el pez, sino en el cutis. Y hablando de matar, término que equivale a suprimir, he descubierto que ser excesiva mata cosas. Ser excesivamente entregada, amorosa y sutil, conlleva a que te maten poco a poco. Ser desbordadamente entregada te debilita y te quita vitalidad, ser descuidadamente sincera te complica la vida y aleja a las amismtades. ¡Si señorita Raquel!, usted me enseñó a, sin ser asesina, matar muchas cosas, de momento estoy alejando de mí a quien perturba la paz de mi convento que es sin duda mi corazón.
radiogaroecadenase
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