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LEYENDO LOS PEQUEÑOS DETALLES, por María Elena Moreno



Todos hemos cometido fallos involuntarios de urbanidad, por causa de la prisa, estrés, incluso por malestar físico, puedes ensuciar el suelo, pues no llegas a tiempo a papelera, o punto limpio. Pero hay algo más grave en los sujetos que tiran la mascarilla en el jardín, vacían el cenicero del coche en cualquier sitio público, pequeños aunque aborrecibles detalles que hablan mal de quien los lleva a cabo. ¿Ignorancia en las consecuencias de la contaminación?, ¿falta de cultura?. Sin embargo, la buena educación es muy compleja, hay quien aparca muy bien dentro de las líneas, para dejar el sitio correcto del espacio al coche de al lado, o recoge lo que se le cae al suelo, pero es invasivo, irrespetuoso y hasta cruel con sus semejantes. ¿Qué hacemos cuando no somos observados? Esto nos define sin lugar a dudas. La sociedad o conjunto de normas civilizadas no nos debe nada, somos nosotros los que debemos sumar buenas cosumbres para contribuir a la evolución de todos. En cualquier sitio podemos leer en los rostros y los rasgos y acciones que nos perfilan rapidamente. Siempre me ha llamado la atención, aquellas personas que entran en un sitio público para dar «el cante», protestan por el ruido, que si la comida está mala, que si la ventana, la corriente de aire, la concurrencia, que si esto, que si lo otro, le amargan la vida a todos a su alrededor. Son esos que cierran o apagan el interruptor de la felicidad. Inadmisible, cuando observan con descaro a los demás proyectándoles envidia o manifestando celos o antipatía por cualquier cosa. La finura de alma y la coherencia nos lleva a la soledad. Nadie tiene por qué soportar un hijo del descuido y la mala educación de los progenitores. El mejor regalo es instruir a los niños para que no sean molestos y puedan ser aceptados por la sociedad. El esfuerzo de la buena educación, lo que equivale a tiempo dedicado, es la mejor garantía de la adaptación a la vida, ya de por sí muy complicada para nuestros vástagos y su futuro. Digamos que en los tiempos que corren de confusión y carencias, hay que adiestrar a nuestros jóvenes también para que lean en los comportamientos y sepan huir pronto de conflictos de discordia. No supone tanto peligro la escalada de los ocho miles, como acudir a un bar concurrido por pendencieros o campos deportivos llenos de público salvaje.. Poblar las bibliotecas vacías, hacer deporte o acudir a actividades extraescolares, como el cultivo de las artes, pueden cambiar y subir el nivel de participación en una mejor sociedad. Mejorándome yo, podré cambiar ciertas pautas en el desarrollo de todos. De la paz interior y el entrenamiento del cerebro, con infinitos matices que informan del mundo emocional, la atención sostenida o ampliación de las capacidades de retención y memoria, y sobre todo el sano aumento de afectividad, podemos tener niños alegres y receptivos. De progenitores primitivos, competitivos y ajenos al deseo de formación de las cualidades propias del espíritu, se observan niños llorones en exceso, agresivos, desconsolados e hiperactivos, (en principio considerados «graciosos» cuando son principalmente el comienzo de la tragedia familiar). No se conseguirá evolucionar, si marginamos al resto de congéneres, porque no estén adaptados a la civilización, hagamos el esfuerzo de soportarlos, a la par que educando a los más pequeños, para mejorar una generación que quizás nosotros ya no podamos contemplar.

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