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LARGA VIDA AL REY, Por Mª Elena Moreno



Goethe, que vivió 82 años, se quejaba de que su maravilloso universo mental, el cual comparaba a una inmensa tela de araña, que como un profundo mar de conexiones portaban su sabiduría, su experiencia, y todo el éxito cosechado en la publicación de sus obras literarias, pues eran el fruto de esos encadenamientos cerebrales que habían en su cabeza y que se perderían a la hora de la muerte, un momento en el que pidió luz sobre todas las cosas. Era injusto que desapareciera toda la riqueza de su capacidad. Su mundo espiritual, romántico y filosófico. Pero son muchos los hombres lonjevos, los que lanzaron sus mejores obras creativas en todos los ámbitos, entre los 60 a 80 años de edad. Llegar a la vejez con una mente lúcida es todo un logro en la vida, pero sobre todo es un derecho. Vale más una vida auténtica que haya dado frutos, realizada hasta la vejez, que la vida de un joven cantamañanas y parásito, que no le aporte nada a la humanidad y sin embargo por igualdad y por justicia, se le den todas las oportunidades casi sin merecerlas. No en vano se gritaba en la antiguedad ¡larga vida al César! ¡larga vida al Emperador!. Y se le obsequiaba con la buena voluntad de ese deseo hasta el final de sus días. Un sinnúmero de autores pasada la madurez y entrando en la ancianidad, escribieron sus mejores obras en las últimas etapas de su existencia, por cierto muy fértiles. Los abuelos y abuelas, aportan todos sus conocimientos a las siguientes generaciones. Donde no hay abuelos, tembliquean los cimientos de nuestras raíces de identidad. Ahora, la vejez, se cuestiona como un lastre que distorsiona y extermina las despensas de nutrientes y la economía global de toda la humanidad, no se quiere invertir en los ancianos. Probablemente estos diseños y pautas a seguir, están configuradas por personas que sin duda, no son conscientes de que a ellos, les llegará también el natural ocaso de su final. LLevar ciertos espereotipos de conducta social, hacia intentar restar importancia a la última etapa de nuestras vidas, es sobretodo una falta de respeto a la naturaleza humana y a Dios. Es tan feo tener indiferencia a nuestros mayores, como incitar a los viejos ricos a prolongar inutilmente sus vidas con millonarios tratamientos geriátricos que no hacen falta, pues después de pasar la fase de la decrepitud, nuestro reloj biológico dice ¡basta! Y es en este momento en el que hay que pensar, como paliar el hambre y la muerte de los millones de niños en todo el mundo, que tendrán nulas posibilidades de poderse alimentar, educar y crecer. Hay que volver a la cordura y al orden, donde cada hombre y cada edad, ocupen su lugar y se equilibren en el mundo de las economías, sobre todo a lo relativo a la alimentación, el buen reparto y la distribución de la riqueza; un cargo moral y ético, que azota nuestras conciencias. Quizás sea frivolidad, ignorancia, ausencia total de valores, los que están echando a los viejos al desfiladero insustancial. Yo apuesto por la protección y el respeto a la necesaria, saludable y clarividente tercera edad.

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