Cuando pasamos caminos de peligro es fácil acudir al lamento y a la queja, culpar al primero que se nos ocurre y lamentarnos por la mala suerte que se ensaña. Pero las personas fuertes luchan, se revuelven, buscan los apoyos y requieren la colaboración de los más allegados, para perseguir sus sueños e intereses. Aún queda ese prototipo de ganador, el cual aprende de cada torpeza, de cada fallo, de cada fracaso. Apenas hay testigos de su ascensión por piedras escabrosas, del desgarro de sus ropajes y de las heridas por los ramajes ásperos del camino. Pero ese héroe secreto, se halla inmerso en la más absoluta soledad, camina sigiloso en medio de los enemigos, y no se permite a sí mismo ninguna debilidad, se pasa la vida recibiendo de manera humilde, la lluvia de correcciones y recriminaciones de sus educadores, referentes, etc. sin darse cuenta de que su superación va por delante de ellos mismos, cuando se ha traspasado el límite de la obediencia, hasta que un día le salen las alas de la efectividad y hace oir sus reivindicaciones, se disculpa con toda la sencillez ante sus jefes y progenitores y se lanza al camino incierto, con el único soporte de la adquirida y tardía experiencia, esa que ha engordado con sinsabores, sometimientos, restricciones y el cayado que representa su dolor transformado en coraje.
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