Comencé de manera miope a ver más bultos que facciones, a farfullar canciones y pedir «aoz» o sea arroz, sentí la belleza de mis padres y sus voces eran mi oración, luego observé las sensaciones que les unían o desunían y lloraba mi alma cuando me veía inmersa en una discusión, de familiares, vecinos, amigas, compañeras y profesoras. Intuía la rivalidad, los celos y como un robot del siglo XXX, detectaba falsedades, subconscientes malignos, simiescos, primitivos y diabólicos. También respiraba el amor, la protección, la entrega y la finura de espíritu. Crecí embobada por la perfección y la armonía física que ostentaban mis semejantes, y percibía la sensualidad, el olor y el magnetismo de todos ellos. En la adolescencia, me convertí en una observadora pertinaz de sentimientos, atracciones y pasiones que salían de mi caja torácica con el retumbar de un tambor. A los 18 me automantenía, tenía declardo el síndrome de caperucita roja, intentaba proteger a todo bicho viviente y se me cerraron los ojos ante el horario infernal de múltiples obligaciones y responsabilidades. A los 30 ya me había reproducido y me gustaba ser «educando» y amaba al educado. Vino la desilusión hacia el ser humano y la admiración furibunda por los seres de alta evolución. Escribía y leía en la misma proporción. Me comunicaba y comencé a conocerme en el intento de salir de mi misma y me congratulé con el trato que practicaba a los demás fueran quienes fueran.. A los cuarenta me probé a mí misma ante la dificultad. Era incombustible. Mi corazón y mis riñones dieron el primer aviso ante el estrés más grave. Me quería comer el mundo, y era el mundo quien me diluía a mi. Tomé conciencia de la madurez, pero también de mi ingenuidad. Empezaron a gustarme los retos, el pasar la barrera del cansancio ante la consecución de un noble objetivo. ¡Lo logré! ¡lo logre muchas veces! Comencé a envejecer y me reconcilié conmigo hasta tal punto, que me enamoré de mi sombra. Me reunía conmigo en las vigilias de meditaciones y lecturas apasionantes. Seguí plasmando ciertos pensamientos y versos para alimentar mi necesidad espiritual. Me sorprendí al caer en la cuenta de que no conocía la envidia, aunque sí los celos y volví a aceptarme nuevamente, me agradaba mi percepción de la realidad . La experiencia me llevó a analizar mi presente y la relación con mi pasado y el de la humanidad. Me llevé una sorpresa al encontrarme con la niña que llevaba dentro y que no se marchaba de mi jardín. Intuí un futuro lleno de maravillas para los descendientes de mi generación y miles de ellas más. Antes de la decrepitud de mis neuronas, descubro los pensamientos ajenos, el lenguaje gesticular de mis oponentes, la lectura de los deseos de los prójimos y el aburrimiento que me producen. Ya casi nada me sorprende, me asusta el desprecio que suscitan en mi, aquellos que quieren robar el tiempo que me resta a diario, para respirar el mundo, mi mundo. Me he encontrado y me alegro. Creo que siempre estuve encantada de conocerme. Ya no me dan pena los que vagan sin brújula, ahora me causan risa; les han fallado las matemáticas, la resta les ha dado negativo, demasiado placer y frivolidad, les han dejado la identidad bajo cero. Solamente nos conocemos cuando somos capaces de interactuar en el amor más sublime, y yo soy consciente de que el «Pastor» me conoce por mi nombre, entre miles de seres que igual que yo, son también reconocidos por Él. Lo demás es la caricatura de ventrílocuos de ojeras y resacas que llegan tarde al tren de la mañana.
EVOLUCIÓN Y AUTOANÁLISIS por Mª Elena Moreno
radiogaroecadenase
Комментарии