Viene a mí la soledad premiada, mi soledad ganada, selectiva, serena. Eligiendo los sonidos, los recuerdos, y en la consciencia de que las impresiones que me alteraron no van a volver. Y en medio de la soledad, creo que puedo evitar que arriben a mi corazón otros impactos emotivos que me puedan herir.
¡Que dulce es la soledad! elegida, heredada y consecuente con mi filosofía, esa de saber acumular las energías entre punto seguido y punto final. Con el privilegio de dividir en tramos, los sorbos de la experiencia. Es más dulce el desamor que la soledad compartida en lo falso. Un adiós revela valor, un corte a tiempo es una batalla ganada y la pacífica sonrisa, porque presiente lo útil de lo vivido para afrontar el futuro.
Lo dulce del adiós donde gastamos la piel e intercambiamos verdaderos sentimientos, por maldades, tras el rostro fatuo de la mentira, donde canjeamos la inocencia de la entrega espiritual, por la permuta inconsciente donde recibimos un egoísmo enajenado y fatal.
Lo dulce para mí es renunciar a la vulgaridad de lo rastrero, de lo falso, de la furia cruel de la agresividad.
Lo suavemente azucarado de una plegaria a tiempo, de mil gracias dadas al Creador, que nos sacó de la noche que silbaba en el jardín desapacible, que nos llevó a lo tenue del calor, que nos abrazó en el mullido hogar de nuestra alma.
¡Es dulce, muy dulce la soledad!
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