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EL TRIUNFADOR INDULGENTE

  • radiogaroecadenase
  • 19 nov 2016
  • 4 Min. de lectura




El triunfador indulgente Incontables son en libros de historia, ciencias como la antropología, la sociología, y demás disciplinas que describen las diversas artimañas que desde los albores del mundo ha ido perfeccionando el hombre para el desempeño de la vida y la muerte. Desde que era todavía casi un chimpancé mono, luchaba por la vida; para comer, para procrear, por la mera supervivencia. Inventó el lenguaje, herramientas para cazar, técnicas para cultivar, el fuego….. para matar y ser asesinado y también sobrellevar la muerte de sus allegados más queridos, desarrolló también infinitas habilidades. En su afán de perfeccionamiento, algunos monos que ansiaban ser hombres, descubrieron también en su interior la creencias espirituales, escucharon los más conscientes, las sabias reglas de la naturaleza e hilaron con esmero los lazos dorados de la evolución, porque el ser humano siempre quiso ser mejor, siempre, hasta por puro instinto, quiso llegar a ser algo más y mejor. Y así, en esta agónica repetición infinita de nacimiento, supervivencia, reproducción y muerte, el “hombre mono” y el “mono hombre” se convirtieron en dueños y señores del feudo de la paradoja, y cuanto más crecía el intelecto del homo sapiens, tanto más se hundía en los instintos más bajos y cuanto más soñaba con llegar más lejos, más loco y cruel se volvía. De esta manera, el hombre construía con sus virtudes, imperios de oro y marfil, y con sus vicios y depravaciones los hacía caer. En sí misma, y grosso modo, la historia del ser humano es bastante tediosa y repetitiva. Y con mirada retrospectiva, he aquí, los dos motores que han traído hasta aquí, al mono que evolucionó en hombre, (dejando a un lado por supuesto, el burdo instinto); el amor y los sabios. El amor a la vida, a los semejantes. El amor que siempre también se ha profesado el mono erguido, por lo menos, a sí mismo. El amor hacia el sueño de la inmortalidad. El amor al conocimiento y el amor a sus distintas vocaciones. El ser humano ama, ama sin duda, aunque torpemente, aunque algunos, los más filantrópicos hayan desarrollado también el amor por educar y guiar hacia la mejor versión de sí mismos a los miembros de su misma especie; los maestros. Los maestros han adoptado muchas formas, guías espirituales, científicos, filósofos, profesores de escuela, una madre, un anciano. Hombres y mujeres de paz que descubrían en la pedagogía y el civismo, las claves para conquistar el fin último que se había trazado el mono desde que levantara el primer garrote; ser mejor. Dejando a las religiones por un momento aparte, a Buda le preocupaba el autocontrol y la conducta racional orientada al bien, Jesús nos dejó todo un legado cívico y ético de cómo generar virtudes en nosotros mismos y en los demás a través del amor. Confucio entregó su vida para perfeccionar y enseñar a reyes y poderosos para que gobernaran con justicia, sabiduría y amor hacia sus súbditos. Platón en su Academia recomendaba a sus discípulos que siempre fuera el bien, el fin a alcanzar en cualquiera de las manifestaciones humanas. Infinita es la lista de los hombres y mujeres relevantes e incluso anónimos y desconocidos que movidos por el amor a la humanidad sacrificaban sus vidas por hacer al hombre mono, mejor. Sin embargo, desde hace un par de miles de años, el amor y la veneración, se tornaron pura autoindulgencia, y el sacrificio por conseguir la excelencia que tanto había guiado al ser humano, se tornó mera vagancia y cómoda resignación, por satisfacer los apetitos más inmediatos, y así, en mucho menos tiempo de lo que nos costó entender que sacudiendo ramas conseguíamos fruta, y en muchísimo menos de lo que nos tomó descubrir la agricultura, involucionamos para olvidarnos de que sin la fotosíntesis de nuestros amigos vegetales, no somos capaces ni de respirar, por mucho que salgamos a correr para estar “fit”. Aprendemos mucha información y más rápido para saber engañar y robar de muchas maneras diversas y en muchas lenguas distintas, para que no se diga que el mono de hoy, no está preparado. Construimos máquinas para ir cada vez más rápido y contaminar y destruir toda aquella naturaleza que antes venerábamos y que ahora prostituimos porque es “nuestra”. A mi, que también soy ser humano, pero que algo del mono trascendente aún me queda, me ilusiona mejorar, como chimpancé, como ser humano, como mujer con alma, o como lo que sea, pero siempre hacia mejor. Por eso, procuro tomar ejemplo, de los grandes y pequeños maestros, de los ilustres y de los anónimos de todos aquellos hombres y mujeres que practican la excelencia, la entrega de sí mismos al bien mayor, pero nos quedamos sin ejemplos, porque siguen siendo pocos, muy pocos, como antaño los que practican el esfuerzo de ser mejores personas en detrimento de ser simplemente el mono alfa de la colonia. Quedan apenas, buenos maestros, que enseñen a amarse y respetarse a uno mismo y a los demás, y quizá por eso nos hemos quedado zafios y viles, como fuimos siempre. Por eso, por mucho que que hayamos aprendido en técnicas y ciencias, nunca fuimos, más que ahora “EL PLANETA DE LOS SIMIOS”. POR ÁFRICA BARBAS.

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