
Tomé consciencia de lo que valía la ropa y de su necesidad, más allá de ir vestida, por la ilusión que ponía mi madre al proporcionarnos la vestimenta nueva «de salir»para los Domingos y festivos. A misa por la mañana y por la tarde al cine. Eramos tres, una niña y dos niños y recuerdo una vez que nos vestimos iguales, la única diferencia era mi falda y mis hermanos pantalones cortos, pero la tela de los jerseys y el color eran iguales. Era verano y no nos faltaba detalle. Incluso llevábamos el mejor complemento, era la sonrisa de niños felices. Sentía emoción cuando estrenaba mi uniforme nuevo en cada curso escolar. Por los comentarios de mis amigas hacia mi atuendo, me dí cuenta del buen gusto que tenía mi madre. Poco a poco fui eligiendo yo mi propia ropa y entrando en la adolescencia, cuando me compraba algo nuevo, me parecía que no iba a vivir lo suficiente para poder estrenarlo. Rezaba para que llegara el día en que me lo pudiera poner. Ahora sigo sintiendo gusto por mi propio estilo, pero la ilusión a pasado a un segundo o tercer plano. Ahora es suficiente con tener salud para iniciar un nuevo día. En una escala de valores, priorizo el traje espiritual con el que me voy a presentar ante Dios. Diseño virtualmente un vestido por capas, donde pueda ir subiendo la «escalera al cielo» de «Led Zeppelin», e ir tirando al aire, mientras subo escalones, el guardapolvo de la frivolidad, la pasmina de lo superficial, el pañuelo de la comodidad, el vestido de la falta de pasión y amor hacia el prójimo, las enaguas de lo falso, la ropa más íntima también me la quito, para supuestamente dejar mi piel como Eva en el paraíso, ante los ojos que traspasan mi corazón y todo lo ve. Quiero penetrar por el umbral, ser aprobada por mis trabajadas y escasas virtudes, ser admitida no por lo bueno que pueda ofrecer, sino por el esfuerzo que me costó lograrlo, en fin, que es lo primero compartir ese mundo tridimensional, esa trilogía del misterio, lleno de paz, alegría, ausencia de deseos y amor…Como hablara Krishnamurti en su libro más sublime, donde nos cuenta como conoció al Maestro.
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