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EL MORBO DE LA DESGRACIA AJENA, por María Elena Moreno

Alabo la prudencia de las familias que no se pronuncian por respeto, por sabiduría, no quieren errar en los juicios, y más aún si tienen roto el corazón. Sin embargo, cualquier suceso horripilante le da carnada a ciertos medios que nadan en la mediocridad informativa, para nutrir la jornada anodina con el mínimo esfuerzo, el escándalo de un crimen da para muchas horas de morbo a bajo costo.

No es suficiente nacer bello, tener un desarrollo genético radiante, armónico, además, debes tener la conciencia de la humildad, la duda proyectada hacia la observación de la bondad de nuestras acciones, el hambre de conocimientos y la búsqueda de la espiritualidad.

No podemos estancarnos en la edad pueril, cuando aplastábamos cruelmente el castillo de arena del otro niño que jugaba al lado de nosotros en la playa. Ni basta el esnobismo de practicar deportes de riesgo, ni tener una profesión de moda. Tampoco basta orientarse hacia países con magia, naturaleza salvaje y belleza en las puestas de sol. Las culturas ancestrales y lo exótico, no aportan sensaciones suficientes, para encontrar el camino hacia la evolución y hallar la sabiduría dentro de uno mismo, para ello hay que estar bien predispuesto y esa enseñanza se recibe como un preciado don que nos ofrecen nuestros padres, maestros y preceptores.

Lo que verdaderamente fragua a las verdaderas personas es poder preservar y no traspasar las líneas de la moralidad. Sin la moralidad saludable, cualquier refinamiento se vuelve ridículo e inútil por inconsistente.

Tras la fachada de los perfiles atléticos, perfectos y glamurosos, hay que tener palpitando en el pecho la llama de la virtud y el fuego del amor. Pero el amor es contrario a la falta de profundidad en las relaciones. El respeto nos lleva a amar con calidad y poder calibrar nuestra capacidad de poder hacer felices a los que queremos.

Tampoco podemos utilizar a los que nos rodean, sólo porque se hayan rendido a nuestros encantos. Trasladamos a los demás lo que somos. El afán de aparentar nos lleva a la frivolidad y a la codicia.

No nos quejemos del comportamiento ajeno, si somos nosotros los que hemos despertado una mala pasión. El afán de poseer a las personas, nos lleva a las malas interpretaciones, la pasión condicionada al egoísmo es asfixiante y perversa.

Y así acabamos los humanos cuando no aprendemos a discernir en la verdad, y descendemos a la altura menos cero; cuando en el comienzo de la creación del hombre, sólo había lucha de salvajes y fieros desenfrenos. No obstante Dios en su misericordia, nos ofrece siempre segundas oportunidades, para integrar nuestro espíritu y hacernos merecedores del cielo prometido y es que amigos lectores, a diario, podemos leer en nuestras acciones, los oscuros secretos del corazón.

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