por María Elena Moreno
Se lo quitó de encima un familiar, como cuando arrinconó a su mujer y luego le pidió el divorcio. Se lo dio a otro miembro de la familia que por no tener tiempo para limpiarlo (decía que tenía muchas piezas) Esta persona me lo regaló a mí.
Yo lo volví a segregar en una estantería mohosa de un trastero.
Ahora que ha venido la moda de los jugos verdes, compré los ingredientes y me lo traje desmembrado a la cocina.
Jugué con él a toda clase de malabarismos, a ver si lo podía encajar. No había manera. Yo miraba los deliciosos vegetales, pero solo conseguía que los chorros de sudor se me metieran en los ojos y los cabellos se me mojaran como si hubiera salido de un estanque de ranas.
Lo miraba y lo miraba, intentando cogerle el geito, pero nada de nada. Ya había pasado una hora y me senté en una silla, volviéndolo a intentar y de nuevo ¡seguía muerto! ¡no tenía vida!
Miré la marca, era de origen oriental, ¡claro! no era tecnología alemana ni nada de eso y me preparé sicológicamente para llevarlo junto con otras inutilidades, como los papeles del vater, al contenedor, y algo me dijo:¡inténtalo de nuevo! y lo hice. No vean lo rico que me quedó el jugo verde.
Lo he puesto, al artefacto, en un rincón, donde mimo a mis reliquias. Por fin me tomaré los afamados jugos verdes. Nadie me pone una medalla a la paciencia, pero me la voy a poner yo. Es una de cobre que dice algo en francés, pero me vale.
Comments