Una señorita muy simpática, me cuenta por qué se autodenomina "pringada". Comienza su relato, diciendo que se gasta dos mascarillas diarias, que se asfixia por ser asmática, pero que acata la norma y obedece llevándola siempre desde que sale de casa. Viajó por un motivo "ineludible" y aguantó el chaparrón de los mantras martilleantes:- "¡Mantenga la distancia de seguridad y las medidas higiénicas, por favor!".
Se encuentra con las cafeterías cerradas y ya no hay periódicos, ni agua, ni chocolatinas en las aviones.. No es saludada especialmente, por que no tiene la tarjeta de viajante VIP y no puedes utilizar el aseo.
No deja de pensar como le contará a la azafata que tiene un "apretón", ese que da cuando comes mucha fruta con probióticos incluídos. .
El pasajero de delante con cara de merluzo, se baja la mascarilla para toser y estornudar y luego se la pone. Así se evita respirar su propio miasma, pero se lo expande a ella (la pringada) lo cual la horroriza, no se puede quejar porque no hay pruebas para hacer, ni termómetros para captar la temperatura, además de que el avión va petado con los viajantes coco con codo. La pringada desayuna en una cafetería y no hay naranjas porque "no están de temporada". La pobre señorita que se autodenomina pringada, está sin trabajo, es licenciada en una filología, pero colabora en un chiringuito por horas, en una churrería quitando la grasa del techo de la cocina.
Su novio está apuntado en el paro, pero si lo llaman no podrá acudir al trabajo porque no tiene coche y además cuida dos ancianos dependientes que han huído de las residencias.
Aún así ella sonríe, como hacen las "pringadas" cuyo único consuelo es que otros lo están pasando peor.
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