Siempre se han delimitado las clases sociales, entendiéndose que en todo el mundo, cada cultura señala como superiores a los distinguidos por aristocracia, condecorados por el ejército, burocracia adinerada, comerciantes ricos y así, sus descendientes gozan de aires de superioridad con respecto a otras clases, más sufridas, pobres y ó marginadas. En mi casa me enseñaron que las buenas familias eran aquellas donde se asentaban las buenas costumbres, como no faltar a la palabra dada, criar bien a los hijos dándoles la cultura necesaria, estar unidos y apoyarse unos a otros, y para ello había que ser trabajadores, morales, y todo ello conllevaba honorabilidad y un cierto sacrificio. A lo largo de mi vida, debido al amor que siento por ciencias en las cuales no pude profundizar, pero que por adentrarme un poco en ellas, tengo nociones claras de biología; reflexionando un poco y analizando a mis prójimos y a mi misma, me he dado cuenta que las «buenas familias» gozan de una buena genética. Dicha genética se va ganando con las buenas costumbres de alimentación, afecto y disciplina. La gastronomía de siempre, la higiene en el hogar y los cuidados que se profesan unos a otros, dentro de las células de nuestra sociedad, aumentan la calidad de los genes. Según leí una vez, somos lo que geneticamente nos atribuyen los últimos cien años en la vida de nuestros antepasados. Pero esto es cíclico, pues cuando un individuo se relaja moralmente, y contrae infecciones de todo tipo, o se recrea en vicios de índole sumamente tóxica, los genes se van adulterando de una a otra generación. Cuando la vida desordenada recae en los progenitores, a menudo se desintegra la familia, cayendo casi todos sus miembros por el tobogán de los «suburbios» o también en la segregación social. A mí nunca me han impresionado los títulos, ni las riquezas, porque lo que me determina si alguien pueda ser o nó de buena familia, es la elegancia espiritual, la armonía, la capacidad para gestionar la vida de manera decente y la condición de saber amar a nuestros semejantes y de proteger a los niños, adolescentes y a los más débiles. Ahora es difícil encontrar a individuos de «buena familia» porque lo más habitual es la desintegración de los valores, cayendo en la fantasmada y la ridiculez, de quellos que llevan reflejado en el rostro la codicia, la egolatría, la falta de educación, la carencia de lo que llamamos clase, el atropello a los derechos ajenos, el traspase de lineas divisorias que afectan a la libertad de los demás. La observación y la expectación, nos enseña que observando el comportamiento de las personas, al margen de los puestos que ocupan en nuestro mundo laboral y social, puedes encontrar individuos que se pueden etiquetar de pocilgueros, y en cambio personas sencillas sin titulación ni dinero, te sorprenden por su delicioso y sensible comportamiento hacia los demás. Ahí está la clave. Es un apunte, que si queremos mejorar nuestra especie, física y moralmente, tendremos que enfocar nuestra depuración genética y cambiar aquellos pensamientos bajunos y caricaturescos que revelan estar nadando en lo que mi abuela llamaba turba, otros lo llamaban gentuza, otros sinverguenzas, los jóvenes dicen «lo puto peor» etc, etc.
radiogaroecadenase
Comments