Imaginamos un mundo de opuestos como el Yin y el Yang, eso que puede confrontar lo femenino con lo masculino, lo oscuro con lo claro, lo bueno con lo malo, etcc. Contrastemos la juventud contra la vejez, la vida con la muerte, lo triste con lo alegre. Pensamos que somos viejos cuando perdemos el interés por conocer personas, pues venimos de vuelta y ya nada nos sorprende, no nos interesan las reuniones nocturnas porque todos los malditos danzan al son de lo vacuo y tontecino. Pongamos enfrente a la juventud que se envuelve de optimismo, curiosidad, ilusión y candidez. Pero pensándolo bien esas cualidades las puede tener una persona mayor. También lo viejuno y retorcido pueden componer la personalidad de un veinteañero. Esto quiere decir que hay viejos jóvenes y jóvenes viejos, como también el Yin puede difuminarse en zonas limítrofes con el Yang y viceversa. Lo digo, porque huelo la juventud a distancia, con sus ganas de vivir, su fulgor de estrellas, sus ideales y su nobleza. Así mismo hay quien nunca será joven, porque nació señalado con la amargura, la mezquindad y el corazón desgastado sin haberlo usado, casi desde el principio, la mente malpensada, la mentira, y la falta de atractivo de los que ya nacieron desmotivados, sin energía, sin ni un solo pensamiento derecho, con asepsia física pero no mental, en fin sin nada que germine, sin nada de creatividad. Y así se enfrenta todo como el Yin y el Yang, nada es lo que parece y todo es ilusorio como la chistera del mago en el circo. Y ahí está la tarea y el trabajo de identificación, hasta que cribando y cribando, tengamos claro lo que pertenece a la juventud duradera y lo que define la vejez retestinada y vulgar, que no es la verdadera, pues la auténtica vejez va más allá de las arrugas, éstos, los jóvenes lonjevos conservan la juventud incluso en el ocaso o declive de las luces al atardecer.
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