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CLASISTAS Y DESCLASIFICADOS por María Elena Moreno



Soy clasista, si busco de manera equivocada, a las auténticas personas, entre las clases altas y adineradas, pues los nobles de corazón pueden estar en todas partes. Lo que pasa, es que a menudo, podemos tropezarnos con desclasificados. Los canarios utilizamos palabras oriundas para señalar a los desclasificados y los adjetivamos, entre otros, como mentirosos, zarandajos y oportunistas. El chafalmeja y el «j»ediondo, son la escala más baja del desclasificado y descalificado. Son clasistas y no hablo del verdadero «noble», aquellos que piden información de tu persona, a ver que dinero, propiedades, poder, relaciones etc. tienes, por si una relación contigo, ya sea amorosa, amistosa, de compañerismo, etc, les vale la pena. Estos «tontitos» no son peligrosos. Los que sí lo son, se encuentran entre los que atentan contra nuestra integridad como los arribistas (del quítate tu para ponerme yo), los que enamoran personas, para luego, apostar con sus pseudoamigos y hacer una peña, y tras la consecución del objetivo de la trama, soltar las carcajadas. Otros son pretenciosos, como un catedrático vejete y separado, que intentando ligar, le dijo a una amiga mía, divorciada y con tres niños (joven y exquisitamente culta):-¡Qué valgan mis años por los hijos que tienes! Hombres y mujeres de baja estofa, incumplidores, fatuos, y mediocres, pululan día y noche en nuestra sociedad. Digamos que hacen continuamente oposiciones por apartarse, por sí mismos, de nuestra compañía. Abandonan hijos, padres y mascotas, son candilones de puertas ajenas, son vagos de la ley del mínimo esfuerzo, trapichean y utilizan como si nada a los demás, les ponen cuernos, les bajan la autoestima, y todavía se preguntan por qué han tenido la mala suerte de quedarse solos, sobre todo al final de sus días. Pueden estar bien o mal situados pero estos hijos de la gran bretaña, se caracterizan porque practican el: donde dije digo, digo diego, por pasarse con los vicios, por practicar egoísmos diabólicos, porque no toleran la buena intención, la inteligencia y la cultura de los demás. Pero hay un síntoma que los delata y es precisamente, que pasan continuamente de desclasificados y descalificados, a «clasistas». ¡Puag, qué asco!

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