CRÓNICAS PRETÉRITAS Por Donacio Cejas Padrón EL CAMBIO CLIMÁTICO LLEGA A EL HIERRO ¿Dónde están aquellos largos y lluviosos inviernos de antaño en nuestro Valle, en nuestra isla? Mi ya un tanto larga vida, me permite comparar la climatología que unas décadas de años atrás, con la que ahora padecemos, y es evidente reconocer que en nada se parecen, especialmente a los recordados inviernos abundantemente lluviosos de mi niñez. A finales del verano, llegado el mes de septiembre, era la época de las vendimias, había que recolectar las uvas y proceder al pisado en los numerosos lagares de El Golfo, todos los vecinos presurosos se ocupaban de estas labores con gran entusiasmo, para terminar antes que aparecieran las primeras lluvias, lo cual no siempre se lograba, pues ya para esas fechas casi invariablemente el tiempo cambiaba y en muchas ocasiones había que vendimiar incluso lloviendo, recuerdo las pacientes bestias cargadas con sus serones de uvas y soportando a la vez los efectos de la lluvia. Se consideraba adecuado terminar la zafra de las vendimias allá por finales de septiembre, para poder asistir en La Dehesa a la Fiesta de Los Reyes, que marcaba el fin del verano y era la hora de volver a emprender la mudada a los pueblos altos de la isla, los vecinos de Las Las Lapas, Los Mocanes y Las Puntas, lo hacían a los pueblos del Norte, los vecinos de Belgara Baja en su mayoría a Isora, los de Los Llanillos a San Andrés y a Las Casas y Taibique en El Pinar, pero realmente la costumbre de mudarse a El Golfo de las gentes de El Pinar fue desapareciendo desde mediados del pasado siglo, yo casi no recuerdo a gente de El Pinar viviendo en El Golfo, por el contrario, si continuaron por muchos años más las mudadas a los otros pueblos. Y en El Lunchón, Las Lapas y La Carrera, si recuerdo ver viviendo a gentes de Valverde que por tener fincas en La Frontera y El Monte, se mudaban a Frontera. Pero estos vecinos de Valverde fueron vendiendo sus propiedades en El Golfo allá por mediados del siglo pasado, y empezaron a pasar sus veranos e inviernos en La Caleta, Tamaduste y Echedo. Las ventas de esas propiedades fueron posibles gracias a las remesas de bolívares que los emigrantes a Venezuela lograron reunir, y poco a poco se fueron haciendo con casi todas las fincas, en su mayoría dedicadas al cultivo de la viña. Creo recordar que la primera venta de esas grandes fincas que se realizó fue en 1,950 cuando D. Onofre Sánchez le vendió su hermosa finca de El Pino a D. Julián Quintero por la cantidad asombrosa de doscientas mil pesetas. También por esa misma fecha D. Juan Ávila le compró la finca de El Tesoro en Echedo a D. Enrique Sánchez por quinientas mil pesetas, y así sucesivamente se fue produciendo ese trasvase de titularidad de las mejores fincas de El Hierro hasta entonces casi todas pertenecientes a gente de Valverde, y fueron pasando a vecinos de los pueblos de El Golfo, El Pinar, etc. Muchos años antes, en los años veinte, y por haber recibido desde Cuba una suculenta herencia, mi abuelo Francisco Padrón Reboso, le compró a D. Ricardo Diaz , la casa de El Hoyo y sus fincas de La Montaña Y el Jaral, y su cuñado D. Matías Castañeda Cabrera también, por la misma herencia recibida, le compró a D. Rafael Zamora su finca de Tigaday, seguramente entonces la mejor de El Golfo. El regular régimen de lluvias de aquellos tiempos, permitía el cultivo tanto de viña como de frutales en El Golfo, especialmente duraznos, pero al paso del tiempo, e ir disminuyendo el agua de lluvias, fue necesario perforar pozos y sacar agua del subsuelo, a tal extremo que ya no es posible mantener prácticamente ningún cultivo en régimen de secano, ni siquiera las higueras de El Pinar subsistirían de no ser regadas, solamente las papas en las partes altas de la isla han podido seguir plantándose y dan regulares cosechas. Y en la parte baja de El Golfo, donde antes se llamaba El Matorral se comenzó en los años sesenta la gran transformación agrícola y social de nuestro valle, incorporándose nuevos cultivos hasta entonces casi desconocidos, plátanos, piña, mangos, aguacates, naranjas, etc., todo ello posible por el buen resultado que dieron los trabajos del Servicio Geológico y de D. Matías Castañeda Padrón, que perforó numerosos sondeos en distintas zonas de El Valle de El Golfo, y que dieron como resultado el saber la cantidad y calidad de agua que había en el subsuelo, todavía recordamos con afecto y gratitud a aquellos técnicos, D. Ángel González, D. José Esteve, D. Manolo al que cariñosamente llamábamos El Gallego, D. José María González, y otros más, incluso yo mismo entré a formar parte de ese equipo de técnicos después de asistir en Madrid en el año 1,966 a un curso para acceder a la plantilla del Ministerio. Mantengo correspondencia con algunos de estos técnicos y desde hace tiempo vengo solicitando a nuestras autoridades municipales una invitación a que visiten nuestro valle y comprueben el cambio experimentado en la vida social y económica gracias al resultado de sus trabajos…Vamos a ver si algún día logro hacer realidad ese deseo. Innegable fué también la labor de los agricultores palmeros que por aquellas fechas se instalaron aquí, y fueron pioneros en la implantación de los nuevos cultivos, unos regresaron a su isla, y otros se quedaron a vivir entre nosotros y hoy forman familia entre las nuestras, con gran satisfacción para todos. Era muy frecuente durante los inviernos y por las abundantes lluvias que caían, que los barrancos corrieran, muy especialmente el de Tincos en La Frontera, y otros cercanos al Pie del Risco, así como El Chajoco en Tigaday, a tal extremo que con frecuencia se interrumpían los caminos, y se inundaban y llenaban de escombros bastantes fincas en La Frontera, que a veces costaba volver a delimitarlas, pues hasta las paredes se las llevaban los barrancos. Recuerdo ver correr El Barranco de El Liso, que bajaba al costado del pago de El Hoyo y continuaba por Belgara Alta, Belgara Baja, La Pagarrona, y por La Hacienda hasta llegar al Matorral, llevando además gran cantidad de escombros y restos de árboles, incluso animales muertos. Frente a donde ahora está situado El Ayuntamiento, se formó una vez una gran charca que duró algunas semanas y así sucedía con frecuencia en las proximidades de Guinea, pues en aquella zona convergían los barrancos de Tibataje. Siempre me ha parecido que a la hora de planificar el desarrollo urbano de nuestro valle, no se han tenido en cuenta algunas previsiones que yo considero no debieron ser olvidadas, como por ejemplo, no construir en los cursos de los barrancos, pues los que ya sumamos varias décadas de años de vida, fuimos testigos, varias veces de la impetuosidad de las crecidas de los barrancos, que si se repitieran, – y es de `pensar que algún día volverán – causarían grandes desgracias en El Golfo. Dios quiera que no se repitan aquellos tremendos aguaceros que duraban varios días casi sin parar. Recuerdo en particular el camino desde La Plaza de Candelaria hasta Las Lapas, verlo muchas veces intransitable por los daños causados por las aguas que bajaban por el Camino de Los Corchos y el del Cementerio. Apuntes para la historia
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