
Sin mencionar a mi círculo familiar, hay personas que se cruzaron en mi camino y que con su generosidad, sabiduría y ejemplo, me influenciaron, me ayudaron sobre todo a entender mejor la vida. La primera que yo recuerdo, me proyectó su santo amor por la humanidad, pues aplicaba directamente el mandamiento por excelencia de Jesús «Amaos los unos a los otros…Ella no conocía la envidia y mucho menos el odio. Me sirvió de trampolín para tener acceso a las mejores conferencias y discursos a los que he asistido. Su amor desinteresado de santa mecenas me envolvió durante una década. Hubo una que me transmitió la elegancia física y espiritual, fue como un sex-simbol que me estimuló para imitar su buen gusto. También recuerdo un varón cascarrabias, que me adiestró para mi futura vida laboral, entre despotismos, tiranías y malos modales, me forjó en la disciplina dura y me dió la oportunidad de hacerme tan fuerte como la madera de un buque. Pero hubieron más que confiaron en mí, aunque se pasaron un pelín al cargar demasiado mis alforjas con el peso y la presión de largas vigilias de trabajo. Pero las personas que sin duda me hicieron impermeable a cualquier desprecio y humillación, dispararon en mi el agridulce dolor de mi afán por traspasar la barrera del agotamiento y sin ellas quererlo, me lanzaron a la meta dorada de la superación. En todo momento sentí una mano blanca que me auxiliaba cuando me caía, un tirón del brazo cuando iba a rodar cuesta abajo, y un maná del desierto que calmaba mi apetito, a la vez que saciaba mi sed, para ir bien equipada y poder encontrar la senda certera e iluminada, a seguir en todo momento, con las vitaminas de la ilusión y los pólenes que me evitan caer en la fatiga, en suma, mi propio túnel de arbóles, alfombrado por hojarascas de todos los colores y un sol radiante, que siempre me lleva como una brújula al norte para que no me pierda.
Comments