Cuando empiezas a analizar la ciudad, ya sean capitalinas o poblacionales, hay velocidad en nuestras pulsaciones, aceleras el corazón. Tus ojos nobles, cual la mirada limpia del "Niño de la Selva de Walt Disney" miran hacia arriba y cada vez se ve oculto más el Sol, en medio de los grandes edificios. Te deslumbran los escaparates minimalistas que exhiben una sola marca deslumbrante, ropa, joyas, complementos de hombre o de mujer, infinidad de tiendas de miles de productos, donde el Santo se para delante (recordemos al padre José María Laraña), diciendo: ¡Cuántas cosas hay aquí, que yo no necesito) y caminando, caminando, llegas a tu casa, y es difícil que encuentres a las mismas personas en el hall, o en el rellano de la escalera, nunca son las mismas, te sonríen, solamente cuando miran a tu perro y sin preguntar tu nombre prosiguen su vida llena de ambiciones, rutinas y siguen empapándose de un anonimato, que sólo se desvanece cuando entran en los restaurantes italianos o chinos, las copas y citas del fin de semana, la agenda en el móvil, y el deseo incontrolable, de ganar más dinero, que de ganarse buena fama con un trabajo eficaz. Víctima de sus mismos propósitos insaciables, estos seres comienzan a tomar las píldoras anti-estrés, visitan a los mediums, persiguen al amigo al que quieren vomitarle compulsivamente sus miserias emocionales, y poco a poco van reduciendo el número de conocidos habituales, todos huyen, pues ellos también cuentan con sus propias miserias. Y de repente! Se les ocurre llamar, para consultar a aquellos que tienen una segunda vivienda, que por cierto, ahora con la crisis las tienen cerradas, debido a los desorbitados gastos a los que hacen frente cada mes, y ambos se miran a los ojos diciendo: tengo que cogerme unos días de permiso, necesito descansar. Mientras tanto, los pueblos solo tienen un defecto, conoces a cada uno de sus habitantes y aunque les coges cariño, te estresa ese estrecho contacto, pues tu estás en crisis emocional y física y prefieres la reclusión, pero hay mucho de bueno en los ambientes rurales, por lo menos respiras menos monóxido de carbono, oyes menos ruidos, ves amanecer y puedes darte una escapada al bosque o a la playa, a veces los que tienen una gran mansión, se esconden por días en su cuarto de aperos que poseen en medio de la huerta, y se preguntan ¿Debo abandonar definitivamente la ciudad? Entonces te das y se dan cuenta de que han hecho el canelo y comienzan a envidiar al oriundo de un erial apartado, que se construyó la casa terrera, levantó su muro y apenas se le ve el pelo cuando va al supermercado, pero tampoco es feliz del todo, pues tiene que ahorrar, para mandar a sus hijos fuera, a estudiar a la Universidad, para que un día tengan un despacho y puedan mandar y sobresalir ante los demás y se intoxiquen de la ciudad, se vuelvan locos como cabras (que yo no veo en las cabras nada de locura, por cierto) y vuelva la rueda a empezar y a la pescadilla que se muerde la cola.
radiogaroecadenase
Comments