Cada día sueño más veridicamente, más en colores, hablando algo de latín, en entornos complejos e inéditos. Anoche soñaba que lloraba y repetía una y otra vez: ¡Que miedo, señor, que miedo....! ¡No me castigues Señor! Seré buena, ¡Seré buena! Me encontraba en el bosque donde rezaban los santos del medio pan.
Y es que el temor de Dios ha hecho mucha mella en mi corazón, comprendo que ser buena no es suficiente, se requiere además temer a Dios. Hoy más que nunca sé que el Señor existe, porque cuado herimos el corazón de los pajarillos inocentes, de los pollitos con hambre y sed de justicia, llega Dios y ¡zas!, que te da en donde más te duele. Como dijo Jesús: Al que escandaliza, al que corta una sonrisa inocente y la cambia por lágrimas, incluso si la ira se produce por una injusticia atroz, esa ira inducida por los malos, también pasa factura al que la causó.
¡Que miedo, Señor, que miedo! repetía yo en mi pesadilla de anoche. ¡Qué miedo! dije cuando me levanté, y se ha incrustado, vaya que si se ha incrustado, ¡que se ha ecriptado, mi miedo, se ha encriptado! Me ha desestabilizado, aunque ha aumentado mi fe, pues el Señor me castiga cuando me porto mal, pero cuando se portan mal conmigo no tardo en ver caer las cabezas del que estaba fuerte y vigoroso, del rico, del burlón y del endiablado.
Dios ¡se que estás ahí! por que te haces temer, ¡te haces temer! y aunque eres omnipresente, todopoderoso y toda santidad y amor, nos recuerdas que temerte a tí, sigue siendo un mandamiento.
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