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ANÉCDOTAS PARA NO DORMIR por Mª Elena Moreno



Antes, las contaban los abuelos al calor de la lumbre, calentito con las zapatillas y la bata acolchada, donde se reunían los nietos sentados sobre la alfombra, a los pies del sofá. Ahora son aquellos niños, los que trasladan esos relatos a la memoria y preguntan ¿será verdad mamá? – Sí hija, siempre resultan verdaderas las historias de los abuelos de esta familia, ellos ¡nunca mienten! Desde la historia de aquel árbol frondoso y reluciente que daba frutos, y que talado más arriba de la raíz, e incomprensiblemente vuelto a plantar por una mano bondadosa, se cobró vidas humanas. Al poco tiempo, murieron varias personas relacionadas con el acto malicioso, ejecutado hacia el alma de ese individuo vegetal, segado impunemente.. Y el abuelo siempre se sienta a esperar cuando muere un árbol, a ver que vidas se verán cortadas y nunca volverán. Las otras anécdotas fueron sobre personas que enloquecieron después de perder el sentido de la realidad y se enamoraron de cualquiera, con fachada impecable y fondo diabólico, a los cuales se les atribuían cualidades que no poseían, como reflejo de una necesidad de encontrar el equilibrio a través del amor. Lo que aparentemente les sanaba y les hacía felices, les allanaba el camino directo hacia la locura y la desestabilidad, creando un torbellino de desencantos y trastornos, que contaminaban todo lo que encontraban en el camino. Pero aquel abuelo relataba todo tipo de anécdotas de terror, las cuales, a veces le hacían palidecer y sudar, y el nieto le decía:-¿Por qué tienes miedo abuelo, es que eso te ha pasado a tí?. Y el abuelo no contesta, mira al suelo y pone sus manos nudosas y fuertes sobre nuestras cabezas. Y sigue recordando, esta vez un incendio con sus héroes, una ruina con sus salvadores y más tarde viene la moraleja. Dice el abuelo que siempre viene el Ángel de la Guarda a tender sus alas, sobre los que son diligentes y trabajadores, sobre los que se ayudan a sí mismos. A los que de manera honesta se dejan ayudar. Termina el abuelo en silencio y se oye una voz desde la cocina: ¡Tápenle las piernas al abuelo con la manta, que se ha quedado dormido!, más los nietos le ven resbalar por sus mejillas unas pequeñas lágrimas de cristal.

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